Hoy no es viernes. No hace falta. Creo que ya se me ha pasado el colocón de felicidad que me dio después de que me. De que me. De que me, ¿qué?
No sabía cómo seguir, no sé que pasó el viernes, solo tengo claro que no pasó nada.
Pero, para mí pasó todo.
Después de meses vagando por el desierto, sobreviviendo con unas gotas de agua (muy) esporádicas... me has regado. Me has regado y yo he florecido. Me he bañado en tus ojos y lejos de curar mi sed, me ha dado una subida de azúcar.
Creo que ya sabéis por qué.
El viernes fue mi recaída en toda regla.
Puedo decirte que controlo,
que he asumido la situación
y hasta que estoy conforme con ella.
Podría hacerlo.
Puedo.
Es más,
lo he hecho.
Te he mentido. No (me) controlo. No he asumido nada, y mucho menos estoy conforme con ello.
Me sonreíste. Me mordiste. Te acercaste.
Las alarmas se rompieron cuando me miraste hace una semana y media, por lo que esta vez has entrado sin ningún tipo de barrera.
El trabajo de meses se ha esfumado,
y vuelvo a estar en un punto que,
lejos de hacerme ningún favor,
me aleja más de superarte.
Hablo de ti y de superarte como si fuese(s) algo malo para mí.
He de aclarar que tú eres maravilloso en todos los sentidos. Cualquier tipo de molestia que yo pueda sentir es causada únicamente por mí.
No eres el responsable de que me duela mirarte.
Me duele,
y ya.
Estaba sanando.
La herida se estaba cerrando.
Se cerró de un portazo cuando la vista que había al otro lado no me gustaba.
Hizo click y se cerró de un portazo.
Se había cerrado.
Pero,
no.
Siempre vuelves.
Siempre se abre.
Y esto es algo que me crea tanta tranquilidad como frustración.
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