No me gustan los cambios. No cambiaría lo bueno que
tengo tenía por nada. Si algo está bien, ¿para qué intentar mejorarlo? Puede que nos equivoquemos y todo vaya a peor. Y en efecto, cuesta abajo y sin frenos. Gran parte de lo que quería, por no decir todo, ha cambiado. Ha cambiado, muy a mi pesar. Hemos seguido adelante, hemos crecido, han llegado los cambios. Los cambios en el deporte, la pareja, los amigos y los estudios. Todo. Y todo a mal. Lo que me gustaba ya no me hace feliz. Lo que me hace feliz se enfría a velocidades vertiginosas. Lo que me daba miedo ahora me aterra. Las personas que estaban ya no están.
Y ¿qué puedes hacer tú frente a los cambios? Nada, porque esos cambios son irrevocables, es prácticamente imposible devolverlos al estado que tú quieres. De nada te sirve llorar o morir de rabia, no puedes hacer nada. Solo soñarlo, soñarlo una y otra vez, cada noche. Supongo que ese es el mejor momento de mis días, el momento en el que todo sale bien. Casi siempre.
La impotencia que se siente cuando pones todo tu empeño en que algo salga bien y consigues justo lo contrario debería estar prohibida.