Supongo que me gusta demasiado que me sorprendan, y lo hacen demasiado poco. Es algo comparable con la ilusión de un niño esperando que lleguen los Reyes Magos. Desde el día que echan la carta al buzón el tiempo transcurre como una cuenta atrás interminable que lo único que hace es aumentar las ganas, la ilusión y el ansia hasta niveles insospechados y de vértigo. Es tanta la altura que alcanzan, que si eso que tanto anhelas no está bajo el árbol el día 6 de enero, es tal la decepción y la desilusión que te invade que no eres capaz de controlarte y arremetes contra todo lo que se te pone por delante. Algo parecido me sucede a mí, pero mis Reyes Magos nunca llegan. Siempre me siento esperando con los brazos abiertos a que alguien venga a sorprenderme. Me canso tanto que bajo los brazos. Y así estoy siempre, sentada con los brazos bajados, esperando cosas que nunca llegan.
A veces pienso que este no es mi lugar, que me he rodeado de un ambiente en el que no estoy a gusto. Que no encajo, y donde no puedo ser como soy. Soy como las circunstancias quieren que sea. Muchas veces pienso en cómo será mi vida en un par de años, otras veces no lo pienso, solo lo deseo.
Es por esto por lo que hoy he decidido
echarme unas cucharadas más de azúcar en el café.
Por que parece ser que si no endulzo yo mi vida,
no lo hará nadie.
Y hoy he decidido empezar a hacerlo.
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